(Continuación)
Cuando le dieron de alta, don Enrique se dirigió al Callao. Tenía que buscar un trabajo que fuera sencillo, acorde con sus facultades físicas bastante afectadas. Eligió el oficio de barbero. Era el año 1911. Logró que un paisano lo acogiese en su peluquería en la calle Consitución No211. A los dos años se hizo propietario de la barbería. Ya tenía algo suyo. La noción de su independencia económica despertó en él intensas posibilidades fructíferas.
Instaló una oficina de negocios. Se dedicó al renglón de regulizar los contratos de marineros, fogoneros, tripulantes y otros oficios navieros, de connacionales. Su agencia brindaba garantías y don Enrique era capaz de imponerse, de hombre a hombre, hasta con la vil gente fletera, con tal de defender los derechos de sus hombres. Como cuatro años se dedicó a este tipo de actividad. Representaba a una firma japonesa y sabía favorecer a sus compatriotas. Le daba a la vida, optimista y emprendedor, lo que ella le había dado: un poco de seguridad, de porvenir promisor.
Por 1911 a 1918 lo vemos dedicado actividades pesqueras. Ningún trabajo ofrecía dificultades para quien se había hecho en la escuela de la vida, que le había enseñado como dice ?que el fracaso es una palabra sin sentido, cuando los hombres tienen carácter son constantes y están siempre dispuestos a cambiar de actividad para progresar.
Había hecho un poco de dinero. Ya podía darse el placer de viajar. Se dirigió a Panamá. Deseaba gozar de unas vacaciones bien merecidas. Tres meses disfrutó de descanso. Corría el año 1918.
Se inicia como lechero en una tienda en la calle José Galvez. Instaló su negocio en 1919. Por dos años se dedicó a este ramo. Después volvió a la agricultura. Arrendó el fundo “Chalaca” y sembró verduras que vendía en el Callao y Lima. A los dos de la mañana tenía que ir en carreta halada por cuatro mulas, por la carretera polvorienta, hasta el Mercado Central.
En esa época menudeaban los asaltos. Por las Chacaritas desnudaban a la gente. Pero don Enrique conocía a la gente buena y a la mala. Y todos lo respetaban. Él no se queja de la gente chalaca, bravía, heróica, individualista y rebelde, pero sencilla y buena, bondadosa y abnegada cuando se trata de amigos. Y a él lo consideraban un chalaco más, apegado a la vida del puerto, hecho a sus costumbres. Y don Enrique Ychiki se siente chalaco por adopción. Ama el puerto y admira a su gente. Todo puede permitir, menos que se desdeñe el Callao. (continuará)
Fuente: Revista Oriental