La vida de don Enrique Ychiki(1889-1959), uno de los prominentes miembros de la Colonia Japonesa, Presidente del Directorio del diario “Perú Shimpo”, ganadero que movió cuantiosos capitales, personaje que influyó en el mundo de los negocios y a quien apreciaban personalidades del mundo social, banca y comercio de aquella época es aleccionadora. Su existencia prueba lo que puede la confianza, la perseverancia, el valor humano que hay que desplegar para imponerse en circunstancias adversas, la lucha que se debe librar diariamente para ganarse el pan. Tuvo que pelear bravamente con la vida y con los hombres.? Conoció los días difíciles en que el porvenir se ve muy incierto y en los que la soledad invade el alma y, entonces, comienza, la mayoría de las personas a detestar la existencia y a desconfiar del género humano. Pero él no se aminalaba. Tenía la paciencia, la cordialidad, la educación estoica, suficientes para resistir.
Don Enrique nació en Kagashima el 14 de julio de 1889. Vino al Perú en 1908 a la corta edad de 19 años. Fue destinado como agricultor en la Hacienda Paramonga. El personaje adinerado de hoy, no se avergüenza de sus comienzos. Al contrario, se enorgullece de haber comenzado ganando un jornal de un sol veinte centavos diarios, por faenas agobiadoras que tenía que cumplir. Se levantaba a las cinco de la mañana, muchas veces, y trabajaba duramente hasta muy tarde. Muchas veces la hora de dejar el lecho eran las cuatro. Había que formar cola, como peón, extranjero y desconocido, ante el capataz que distribuía el trabajo. Esperaba con calma, Algo dentro de su espíritu le decía que algún día se emanciparía, siendo persona de valer. Pero su presente, entonces era triste, difícil, casi injusto. Entonces no se conocían leyes sociales. No había dominical, ni vacaciones, ni seguro social. El peón era una especie de esclavo en las haciendas peruanas. Los patrones sólo se preocupaban de que rindiesen el máximo y no tenían sobre sí responsabilidad alguna por las enfermedades o la vejez que invalidara a sus trabajadores. Don Enrique era fuerte y joven. Tenía carácter y estaba dispuesto a surgir. Sabía que por lo pronto debía adaptarse a las circunstancias. Pero entonces en las haciendas de otrora, los capataces y caporales eran injustos, violentos, abusivos. Más de uno que quiso ofender a nuestro biografiado, recibió una dura lección. Consciente de su dignidad, no permitía humillaciones ni injusticias. Era joven y, el mundo estaba abierto para sus posibilidades. Más de una vez se lió a trompadas con los que se equivocaron, juzgándolo incapaz de responder en el terreno de los hombres. Y esas capataces, recibieron la paliza consiguiente de quien dominaba el arte de la defensa personal y tenía el vigor de los jóvenes esforzados que en el Japón aprenden judo y jiu jitsu.
Pero esos recuerdos no son los que más afectaron a don Enrique. El no dominar el idioma castellano le creaba conflictos. No podía formular reclamos y muchas veces no podía interpretar bien las órdenes de trabajo que se le impartían. Para él lo primero era el cumplimiento del deber, pero entonces, desorientado y desarraigado todo le ofuscaba; el mundo peruano y su gente le era hóstil.
Por haber castigado a un caporal insolente que quiso maltratarlo, lo echaron del trabajo…(continuará)
Fuente: Revista Oriental (pag 83)